La población global cada vez es más longeva debido a que la esperanza de vida ha incrementado por varios factores como avances en la medicina, trabajos menos exigentes físicamente, menos conflictos bélicos… pero también porque las personas son más conscientes de la importancia de la salud y mira más su alimentación y dedican más tiempo al ejercicio físico.
Aunque, la esperanza de vida aumente, según la ciencia, esta tiene un límite, es decir, una edad que teóricamente no se puede sobrepasar. Puede que vivamos cada vez más, pero no somos eternos, y la muerte siempre nos alcanza al final.
A finales del siglo XVIII, los biólogos calculaban que una persona sana que no hubiera sufrido ningún accidente ni enfermedad podía vivir como máximo hasta los 100 años. En aquella época, los centenarios eran muy raros.
Sin embargo, con la mejora de las condiciones de vida y los avances de la medicina, las hipótesis sobre la duración máxima de la vida humana han llegado a cifras de 110, 115 y luego 120 años, como señala el INED (Instituto Nacional de Estudios Demográficos de Francia). En 1997 se alcanzó un nuevo hito cuando la francesa Jeanne Calment celebró su 122 cumpleaños. Ella tiene el récord de longevidad humana.
Gracias a sus conocimientos sobre genética y los mecanismos del envejecimiento, los científicos no descartan la posibilidad de vivir mucho más tiempo. En la revista Nature, investigadores de Singapur han intentado predecir el límite de la esperanza de vida humana.
Para ellos estudiaron las trayectorias de envejecimiento a través de análisis de sangre y niveles de actividad física de un gran número de ciudadanos estadounidenses y británicos. Descubrieron que, con la edad, aumenta la capacidad del cuerpo humano para recuperarse del estrés (enfermedades, problemas de salud). Es lo que se conoce como ‘resiliencia’. En psicología se describe la capacidad de vivir a pesar de la adversidad y de superarse, retomar el rumbo de la vida después del trauma.
Esta resiliencia apunta a la capacidad del cuerpo humano para recuperarse después del estrés. De dos semanas cuando tenemos 40 años, se amplía a seis semanas cuando tenemos 80 años, de media. Más allá de 120 a 150 años, los humanos perderían por completo su capacidad de resiliencia. Esta estimación sería nuestro límite biológico.
Este descubrimiento supone un gran paso adelante porque determina el papel de factores fundamentales (en este caso, la capacidad de resistencia) en la longevidad humana y explica por qué “incluso la prevención y el tratamiento más eficaces de las enfermedades relacionadas con la edad sólo podrían mejorar la esperanza media de vida pero no la esperanza de vida máxima, a menos que se desarrollen verdaderas terapias antienvejecimiento”, asegura Andrei Gudkov, coautor de un estudio sobre el envejecimiento y cofundador de Genome Protection , una empresa de biotecnología especializada en terapias antienvejecimiento.